SAN GUINEFORT,
EL PERRO DIVINO

La historia de un lebrel (galgo inglés) que se convirtió en santo durante la Edad Media ha experimentado un resurgimiento en su popularidad. Aparte de ser una parte fascinante del folclore medieval, la idea de que un perro sea santo tiene un gran atractivo para aquellos que piensan que una mascota fiel es digna de tal honor, y es una fuente de diversión para aquellos que piensan lo contrario.  



LOS PERROS, LAS ALMAS Y EL CIELO

Un requisito fundamental para ser santo y entrar en el cielo es tener alma, y la cuestión de si los animales tienen alma y pueden unirse a nosotros en el más allá ha sido fruto de debate entre los cristianos. Algunos teólogos notables, entre los que se encuentran Martín Lutero (padre de la Reforma Protestante) y Juan Wesley (fundador del metodismo), apoyaron la idea de que los animales pueden entrar en el cielo.

 

Imagen superior: San Francisco, el santo patrón de los animales.

 

El Papa Francisco, que eligió su nombre en honor al santo patrón de los animales, declaró en la encíclica Laudato Si' (un importante documento oficial del catolicismo romano) que “la vida eterna será una experiencia compartida de asombro, en la que cada criatura, resplandecientemente transfigurada, ocupará el lugar que le corresponde...”. Aunque no está explícitamente claro, para muchos católicos romanos, esto fue una bienvenida confirmación, por parte del líder de su iglesia, de que se reunirán con sus queridas mascotas en la otra vida. Este hecho fue especialmente significativo, ya que un Papa anterior, Pío IX, mantuvo una opinión negativa al declarar que los animales no tenían alma, y llegó a afirmar que no tenían conciencia. Afortunadamente para nuestros amigos de cuatro patas, los estudios científicos han demostrado que los perros tienen un nivel de sensibilidad comparable al de un niño humano.

Otras confesiones cristianas que no son la católica romana (aproximadamente el 50% del cristianismo) tienen opiniones diversas sobre si los animales tienen alma y pueden unirse a nosotros en el cielo. Una respuesta común entre los teólogos cristianos es “No lo sabemos”.

Los animales han sido reconocidos como seres con potencial espiritual en muchas culturas y religiones a lo largo de la historia. Los perros eran muy apreciados en Mesopotamia, donde se les atribuían poderes curativos y eran compañeros de la diosa Gula. Los antiguos egipcios creían que los animales domésticos podían acompañarles en el más allá, y a veces se momificaban los perros para garantizar un tránsito seguro tras la muerte. Anubis, dios de los muertos, aparecía con la cabeza o el cuerpo completo de un can que guarda un gran parecido con el lebrel actual, aunque las pruebas de ADN sugieren que era una raza diferente de perro la que vivía en el antiguo Egipto. En la antigua Grecia, los dioses Hécate, Artemisa y Ares tenían compañeros caninos, y la antigua diosa romana Diana es representada a menudo con lebreles.

Las religiones orientales, como el hinduismo y el jainismo, enseñan que los animales tienen alma, y los budistas creen que tanto los humanos como los animales pueden llegar a alcanzar la plena iluminación. Algunos budistas realizan rituales funerarios especiales para sus mascotas fallecidas con el fin de ayudarles a lograr un renacimiento afortunado.

Independientemente de lo que uno piense sobre los animales en el más allá o sobre la santidad de un perro, la siguiente historia del lebrel Guinefort ilustra la abnegación heroica de los perros, y sirve de advertencia contra las acciones impetuosas.


LA HISTORIA DE SAN GUINEFORT

El registro más antiguo y el principal que se conserva hoy en día sobre San Guinefort procede de Esteban de Borbón (1180-1261), quien fue inquisidor durante la primera etapa de la Inquisición. Borbón fue la autoridad de la Iglesia Católica Romana que descubrió al santo lebrel, y más tarde relató la historia en su obra escrita De Supersticione, an exemplum (colección de anécdotas) que debía utilizarse en los sermones para denunciar la herejía y la idolatría.

 

Imagen superior: Ilustración de San Guinefort de pie sobre una serpiente muerta que representa el mal.

 

La historia de Guinefort, el lebrel, comienza en una región de Francia cercana a Châtillon-sur-Chalaronne, presumiblemente hacia el siglo XII o XIII. Un noble salió un día de su castillo y confió el cuidado de su hijo pequeño a su fiel perro Guinefort. Al volver a casa, el hombre encontró la cuna volcada, al niño desaparecido y la boca del lebrel cubierta de sangre. Suponiendo que el perro había matado al niño, el noble sacó su espada y mató a Guinefort en un ataque de ira. Momentos después, el hombre descubrió al bebé a salvo detrás de la cuna, y a una víbora muerta y ensangrentada por las mordeduras del perro. Guinefort había arriesgado su vida al atacar a la serpiente venenosa, protegiendo al niño de un destino mortal. El noble enterró a Guinefort, apiló piedras para marcar el lugar y plantó árboles en honor al perro.

 

Imagen superior: Ilustración de una vidriera de San Guinefort.

 


La historia del lebrel convertido en mártir se extendió por toda la región, y los habitantes de la zona santificaron a Guinefort y le rezaron siempre que lo necesitaron. El proceso de nombramiento de un santo era menos formal en el pasado, especialmente durante los primeros siglos de la Iglesia, cuando las regiones podían declarar sus propios santos. La Santa Sede no fue designada como única autoridad para la beatificación y canonización hasta el siglo XVII.

La Iglesia Católica Romana no “hace” santos, sólo identifica a los individuos que muestran una santidad heroica y que se cree que están en el cielo. La palabra santo proviene del latín sanctus, que significa sagrado, y la definición y el papel de los santos difieren en función de las distintas confesiones cristianas. En el catolicismo romano, los santos actúan como intercesores entre las personas y Dios. Si alguien necesita ayuda, puede rezar a un santo para que interceda por él, ya que se cree que el santo está más cerca de Dios en el cielo. La idea de un perro en el cielo, y ya no digamos de un perro que actuara como intercesor, habría sido considerada una herejía por las autoridades eclesiásticas.

Una vez que Esteban de Borbón descubrió al santo canino, mandó desenterrar y destruir los huesos del perro y quemar los árboles que servían de santuario a San Guinefort. Es interesante señalar que, según Borbón, se encontraron los huesos de un perro en este santuario, lo que da cierta credibilidad a la posibilidad de que la historia de Guinefort el lebrel estuviera basada en hechos reales. Borbón describe el asesinato de Guinefort como “la muerte injusta de un perro sumamente útil” y la “noble acción del perro y su inocente muerte”... como una sorprendente simpatía por parte del inquisidor. ¡Parece que incluso Esteban de Borbón no era totalmente inmune a los encantos de Guinefort!

Esteban de Borbón mencionaba un ritual, practicado por las madres, que se basaba en la creencia de los “niños cambiados”; un niño cambiado es un bebé que es intercambiado en secreto por los espíritus, dejando a los padres con un niño enfermizo o malévolo. La idea de los niños cambiados suena absurda hoy en día, pero la creencia en ellos era muy real en la Europa medieval. Los estudiosos proponen que las víctimas solían ser niños con autismo, epilepsia u otras afecciones no comprendidas en la época.

Es probable que el ritual de los niños cambiados tenga un origen pagano anterior a San Guinefort. Consistía en pasar a un niño entre los troncos de los árboles y luego dejarlo desatendido en un lecho de paja bajo velas encendidas. La madre hacía ofrendas a los espíritus y a los faunos, solicitando que sustituyeran al niño cambiado por su hijo original, y luego se sumergía al niño en un río cercano. Borbón relata que algunos niños morían durante el ritual. Desgraciadamente, los rituales y otros remedios para los presuntos niños cambiados no eran exclusivos de esta región, sino que se practicaron en toda Europa durante siglos.

Esteban de Borbón no castigó a los lugareños por su herejía o por el ritual de los niños cambiados pero, después de destruir el santuario del perro, hizo aprobar un edicto que prohibía la veneración de San Guinefort, con pena de multas y la confiscación y venta de sus bienes para cualquiera que fuera sorprendido solicitando la ayuda del perro. 

El Inquisidor abandonó la diócesis de Lyon, y más tarde relató la historia en su obra escrita De Supersticione. Sin embargo, el amor de los lugareños por su santo canino parece tener más peso que la prohibición de pedir ayuda a San Guinefort. Los lugareños dejaron de realizar el ritual de los niños cambiados, pero se desarrolló un sencillo rito para curar a los niños enfermos en el que se anudaban ramas de árboles en el bosque de San Guinefort para amarrar simbólicamente las dolencias del niño, y este rito de curación continuó durante cientos de años a pesar de la amenaza de graves sanciones económicas si eran descubiertos.

Las historias de un animal doméstico convertido en mártir que realiza una acción heroica, han aparecido en numerosas culturas de todo el mundo, y algunos estudiosos han especulado que tienen un origen común en el antiguo cuento popular indio El brahmán y la mangosta. También hay teorías de que el nombre Guinefort proviene de un antiguo santo del que poco se sabe. Los cuentos populares y las tradiciones religiosas a menudo se inspiran en otras fuentes, y los elementos preexistentes pueden haber inspirado o influido en la historia de Guinefort el lebrel. Sin embargo, también es posible que estas historias comunes de todo el mundo hayan surgido de forma independiente y sean ejemplos de la reconocida devoción y los actos heroicos de las mascotas. En 2020, un perro brasileño fue aclamado como héroe tras ser mordido repetidamente por una víbora jararaca venenosa mientras protegía a un niño de la mortal serpiente.

No se conoce ninguna pintura o estatua de San Guinefort de la Edad Media. Las pinturas de iconos que a veces se identifican con San Guinefort representan en realidad a San Cristóbal. Debido a una mala traducción bizantina de la palabra “canaanita” hace siglos, a veces se representa erróneamente a San Cristóbal con la cabeza de un perro. Esto no está relacionado con la historia de San Guinefort. 

 

Imagen superior: San Roque, patrón de los perros y de los dueños de perros.

 

Como cualquier propietario de un perro puede atestiguar, los canes suelen acabar en lugares que no les corresponden, y se sabe que Guinefort aparece en la historia de San Roque, el santo patrón de los perros. Cuenta la leyenda que Roque estaba enfermo y muerto de hambre en un bosque cuando un perro lo encontró y le llevó pan. El perro siguió llevando comida a Roque durante varios días y lamiendo sus heridas hasta curarlas. A veces se identifica al perro como Guinefort, pero se calcula que Roque nació décadas después que Guinefort, por lo que es poco probable que se trate de nuestro valiente lebrel.

Imagen superior: Carta astronómica de estrellas representada como un galgo.

Según la tradición, la fiesta de San Guinefort es el 22 de agosto y la de San Roque el 16 de agosto, y ambas coinciden con los días de verano. El término “canícula” proviene de la estrella Sirio y de su posición en el cielo. La constelación de Sirio, Canis Major, tiene forma de perro y a menudo se ha representado en las ilustraciones astronómicas como un lebrel. La constelación de Sirio puede haber zanjado el debate sobre el alma de los animales al demostrar que los perros ocupan un lugar en el cielo.

Así concluye la historia de Guinefort, el lebrel que se convirtió en santo. Si la lealtad de los perros hacia sus dueños es célebre en todo el mundo, la de estos habitantes de la región de Châtillon-sur-Chalaronne hacia su querido San Guinefort fue impresionante... manteniendo viva su leyenda y su rito de curación durante siglos a pesar de la condena y la amenaza de fuertes multas.

Y en un irónico giro del destino, el inquisidor de la Iglesia que intentó hacer desaparecer al santo lebrel, acabó consagrando la leyenda de San Guinefort para siempre. Sin la obra escrita de Esteban de Borbón condenando al santo lebrel, lo más probable es que la leyenda de San Guinefort se hubiera desvanecido en la historia. ¡Parece que Guinefort tuvo el último ladrido! 


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Galgos es una raza similar al Greyhound (Galgos Ingles). Considere adoptar uno de estos maravillosos perros o apoyar los esfuerzos de rescate.

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